Ode to Hands
Nothing can hide from hands
that gather everything.
They lift the rusty gardening tools from the underbrush
and the shoes at sunrise
to inspect if insects have made their home inside.
They gather stones that won’t amount to a house
and collect light to gift the blind.
Sometimes they lift what drops from our chest
and weigh it to decide
if it’s heavy enough
to kill a bird or strike God
in the knee.
My hands were for so long
all that I had.
They learned how alike are
the blood of a chicken and that of a mother,
and know how to console cheekbones
rinsed with the spit of winds.
They promised to stick with me
if I became a murderer. And I trusted they would.
I was neglectful, loading them
with filthy money, corroded coins.
The thorns of lemon trees turned them into Christ,
they became pregnant with knives,
they were bitten by mosquitoes when pulling water from the well.
They recognized the divine
in the pulsing artery in a bull’s neck,
with a piece of bread
they offered themselves to the teeth of a dog,
they lifted my bandana
and hiked the glasses over the bridge of my nose.
They touched the cold
on the eyelids of the dead
minutes before brushing the hair of a daughter.
Don’t judge the shyness of my hands,
don’t judge them by their impulsiveness or the vanity of their calluses:
even clenched
they manage a key in the lock
and fumble through dark to meet your hands:
hands like warm milk,
mercy’s only tools.
And most important:
they’re still learning how to recognize
year after year
the subtle changes of your body.
Reconocimiento de las manos
Nada se oculta a las manos
que lo recogen todo.
Levantan las herramientas herrumbradas de entre la maleza,
levantan los zapatos al alba
para investigar que ningún insecto
haya hecho madriguera en ellos.
Recogen piedras que jamás bastarán para hacer una casa,
recogen la luz para enseñarla al ciego,
levantan eso que se nos cae del pecho ciertas veces
y lo sacuden adivinando su peso
calculando si bastaría arrojarlo
para matar un pájaro o golpear a dios
en las rodillas.
Mis manos fueron tanto tiempo
lo único que tuve.
Conocieron lo mucho que puede parecerse
la sangre de una gallina y la sangre de una madre,
supieron consolar a los pómulos
lavados por los escupitajos del viento.
Prometieron quedarse conmigo
cuando quise volverme un asesino. Y creí en ellas.
Las descuidé por darles
verdosas y febriles monedas,
fueron jesucristadas
por las espinas de los limoneros,
estuvieron preñadas de navajas,
fueron mordidas por las moscas cerca de las fuentes,
sospecharon la divinidad
en la espléndida arteria palpitante
bajo el cuello de un toro,
se ofrecieron a los dientes del perro
para darles un pedazo de pan,
amarraron mis pañuelos, pusieron en su sitio los anteojos,
fueron tocadas por el frío
en los párpados de los difuntos
que cerraron
minutos antes de peinar los cabellos de la hija.
No juzgues la timidez de mis manos,
no juzgues sus calambres ni la altivez de su aspereza:
aún agarrotadas
siguen girando la llave en los cerrojos,
palpan en la oscuridad en busca de las tuyas:
manos de leche hirviendo,
únicas herramientas de la misericordia.
Y lo más importante:
siguen aprendiendo a reconocer
año tras año
los sutiles cambios en tu cuerpo.
(Las cosas negadas, 2021; 2023)